lunes, 18 de agosto de 2014

Susana Díaz defiende la honestidad (0) de Chaves y Griñán en el caso de los ERE

La presidenta andaluza ha pedido celeridad al Tribunal Supremo para evitar el juicio mediáticoTodo sobre el caso de los ERE 18 AGO 2014 - 14:52 CEST

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miércoles, 13 de agosto de 2014

LA OPINIÓN DEIgnacio Camacho «Ytumasismo»

Ignacio Camacho LA OPINIÓN DEIgnacio Camacho «Ytumasismo» 

Infectados por sus propias responsabilidades, los partidos sistémicos se han destruido mutuamente al echárselas en cara

Día 07/08/2014 - 14.20h
En los años noventa, durante la agonía del felipismo, la corrupción alcanzó de lleno a la zona noble del poder y del Estado. El oleaje que empezó con el escándalo de Juan Guerra y creció bajo la espuma múltiple del caso Ollero acabó en un maremoto que llevó a la cárcel a políticos y financieros de alto nivel y que fue visto como una réplica de la Tangentópoli italiana. En poco tiempo fueron procesados y/o encarcelados los banqueros Conde y De la Rosa, el expresidente de Navarra, la antigua cúpula del Ministerio del Interior, el tesorero del PSOE, el gobernador del Banco de España, la directora del Boletín Oficial y hasta el jefe supremo de la Guardia Civil. En un contexto de crisis económica y desempleo, la hegemonía gonzalista se desplomó en medio de una sacudida social de estupor y de ira. Pero el régimen democrático resistió sin ser cuestionado. No se produjo un desafecto global antipolítico. No cuajó un rechazo institucional genérico. Y sucedió así por una razón esencial: porque existía una alternativa. Porque el malestar ciudadano pudo catalizarse con un simple cambio de Gobierno.
El problema de esta crisis de representatividad es que esa alternativa no existe dentro del sistema. Los dos grandes partidos turnantes, sistémicos, están infectados por sus propias responsabilidades y se han destruido mutuamente al echárselas en cara en vez de aplicarse a una regeneración que constituía un imperativo político y moral. Ambos creyeron que la corrupción se neutralizaba por equivalencia especular y que la podredumbre ajena equilibraba la propia ante las urnas. Así fue durante un tiempo, pero al producirse la quiebra de las clases medias, la apoteosis del «y tú más» ha devastado la estabilidad democrática. Porque no era «y tú más», sino «y tú igual». Igual de implicados en el saqueo a todos los niveles. En el Estado, en las autonomías, en los ayuntamientos, en las cajas de ahorros, en los consejos reguladores, en la justicia, en los organismos de control. Una cleptocracia sin recambio.
El concepto de «casta» es una acusación antisistema –en realidad dirigida contra las instituciones mismas–, pero ha cuajado a partir de una realidad objetiva. El conocimiento de la deshonestidad de las élites ha devastado la confianza de los ciudadanos cuando más desprotegidos se sentían. El ytumasismo ha resultado desolador, corrosivo, y ha provocado una epidemia de hartazgo y de descreencia. Se trata de una crisis de índole moral. El régimen constitucional no declina por ineficacia, sino por envilecimiento.
Y como nadie responde, como nadie reacciona, la gente se entrega a la melodía populista y a la simpleza demagógica que promete un falso nuevo comienzo, una limpieza depurativa. Siempre sucede igual en los procesos de decadencia: cuando la polis pierde sus referencias éticas, los bárbaros acaban asomando a las murallas de la fortaleza corrompida.