Los vecinos de Saint-Denis tratan de entender por qué no se produjo una masacre a pesar de la presencia de tres suicidas París 14 NOV 2015 - 21:40 CET
Farid, de 30 años, conoce perfectamente el sonido de una bomba porque vivió en Argelia hasta los 16 años, cuando su familia huyó del horror de la guerra civil para instalarse en Saint-Denis, en los alrededores de París. Por eso, cuando escuchó dos detonaciones cerca del final de la primera parte del partido Francia-Alemania celebrado el viernes por la noche en el Estadio de Francia, supo inmediatamente que no eran petardos. Pero no se le ocurrió que fuesen ataques suicidas porque el partido continuó hasta el final. Sólo entonces, avisado por mensajes de texto de familiares, se dio cuenta de la tragedia que había comenzado allí: la peor ofensiva terrorista que ha padecido la capital francesa en su historia.
Según el relato de un guardia a The Wall Street Journal a uno de los suicidas se le impidió la entrada al estadio, en el que se encontraban 80.000 personas entre ellas el presidente francés, François Hollande, y fue entonces cuando hizo estallar su carga explosiva. El partido continuó para evitar el pánico, según el relato de la agencia France Presse, y sólo cuando la policía aseguró todas las salidas se produjo la evacuación con la escena que ha dado la vuelta al mundo de cientos de personas cantando La Marsellesa mientras abandonan la instalación deportiva. Farid reconoce que, aunque la evacuación fue muy ordenada, pasó momentos de miedo hasta que se sintió totalmente a salvo.
La célula terrorista que planificó y llevó a cabo los atentados del viernes pasado en París, durante los que fueron asesinadas 129 personas, refleja por su complejidad y su capacidad de movimientos la inmensidad del problema al que se enfrentan las fuerzas de seguridad para luchar contra el terrorismo del Estado islámico
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