Quienes ondean la ‘estelada’ merecen todos los respetos, porque en su nombre no se ha cometido ningún crimen
Es facciosa, porque representa solo a una facción de la ciudadanía catalana. Es antinacional, porque se pretende opuesta al símbolo nacional catalán por excelencia, la senyera, consagrada como oficial en el Estatuto. Y carece de tradición democrática, porque durante la dictadura los jóvenes rebeldes nos congregábamos a la sombra de las cuatro barras (y de la bandera roja): y su competidora, hélas, nunca comparecía.
Pero las personas que la llevan, la ondean y se enorgullecen de ella merecen todos los respetos. Porque en su nombre no se ha cometido ningún crimen. Y porque constituye emblema de un sueño pelín disparatado y bastante nocivo, pero que no engendra violencia. De modo que entonemos, con Voltaire: “No comparto tu opinión, pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarla”.
La prohibición de la estelada en la final de la Copa no encaja en los supuestos previstos en la ley contra la violencia en el deporte. Porque no “incita, fomenta o ayuda” a “comportamientos violentos o terroristas” (art. 2, b): nunca lo ha hecho, a diferencia de la bandera nazi o la franquista. Y porque tampoco supone de por sí un “acto de manifiesto desprecio” a los participantes en el partido de fútbol.
Al contrario, su exhibición está protegida por la libertad de expresión consagrada en la Constitución (art. 20), que tanto costó. Quien la restrinja, actúa contra la Constitución democrática. Es lo que ha hecho la delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa. Y el Gobierno constitucional aún no la ha despedid
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