La sostenibilidad de las urbes pasa por la constante adaptación ante los efectos del cambio climático Madrid
Si cae una lluvia torrencial y un parque se inunda, el cuento se ha acabado. Los niños a sus casas, la arena enfangada y unos charcos que pueden parecer lagunas. O no. Si ese parque pudiera mutar como un camaleón, si pudiera adaptarse a los avatares climáticos, ese chaparrón le vendría hasta bien. Se formarían lagunas en las que crecería vegetación propia y brotaría una flora específica de humedal. Incluso alguna mente osada aventuraría nuevos juegos acuáticos. El ejemplo, expuesto en el Foro de las Ciudades organizado por IFEMA, es una muestra de un trabajo real y una señal de cómo las ciudades y sus espacios se diseñan, cada vez más, para ser moldeables. Para ser resilientes.
En psicología, desde hace tiempo, la resiliencia se refiere a la voluntad individual de superar un trauma. La Real Academia recoge desde 2010 la palabra como la "capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos". Ahora, y como ya le pasó a sorpasso, la resiliencia empieza a colarse en ámbitos generalistas, como el del desarrollo urbano.
Las ciudades ocupan el 2% de la superficie terrestre y son responsables de aproximadamente el 60% de las emisiones de CO2 del planeta. Necesitamos, según los expertos consultados, paradigmas específicos, locales, y mucha planificación sensata. "En la antigüedad las ciudades tardaban décadas en construirse. Ahora muchas urbes de los países emergentes se terminan en tres, diez años. Si se cometen fallos no hay tiempo ni dinero para corregirlas. Hay que actuar 'antes de'", argumenta Carmen Sánchez Miranda, jefa de la oficina de ONU-Habitat en Madrid.
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