
Antonio Muñoz Molina, premio de las Letras, dedicó su discurso a hablar del oficio de escritor, pero sin olvidar la cruda realidad de un país asolado por la crisis y poniéndose bajo la advocación del poeta José Hierro y el “aire de libertad” que este celebró al recibir el premio en su primera edición, en 1981. “Escribir empieza siendo casi siempre un sueño o un capricho o una vocación imaginaria”, dijo. “Pero el sueño, el deseo, el capricho, no llegan a cuajar en nada si no se convierten en oficio”.
Repasó el novelista las singularidades del oficio de escribir, por lo demás, consideró, no diferente de crear un paso de danza, una partitura, realizar un descubrimiento científico o un prodigio deportivo, o levantar “una pirámide de alcachofas en el escaparate de una frutería”. Dijo que la escritura satisface “la intangible y universal necesidad humana” de contar historias, “es decir de dar una forma inteligible al mundo mediante las palabras”. “Nuestra variedad moderna del mito es la ficción, en todas sus variedades, desde las más banales hasta las más hondas o exigentes”, continuó, citando entre las segundas a Don Quijote, Moby Dick “o un cuento de mi querida Alice Munro”. Calificó la escritura de oficio “más antiguo y útil de lo que parece” y “también mucho más incierto”, porque en él, consideró, “la experiencia no ofrece ninguna garantía, y puede haber una divergencia escandalosa entre el mérito y el reconocimiento”.
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