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El papa Francisco, delante de decenas de miles de vecinos de Calabria, la tierra de la ‘Ndrangheta, el lugar donde el pasado mes de eneroCocò, un niño de tres años, fue asesinado y carbonizado junto a su abuelo durante la escenificación macabra de un ajuste de cuentas, dio un paso más en su oposición frontal a la mafia. “La ‘Ndrangheta”, dijo ayer Jorge Mario Bergoglio llamando al veneno por su nombre, “es la adoración del mal, el desprecio del bien común. Tiene que ser combatida, alejada. Nos lo piden nuestros hijos, nuestros jóvenes. Y la Iglesia tiene que ayudar. Los mafiosos no están en comunión con Dios. Están excomulgados”. Una gran ovación rompió el silencio de una tierra acostumbrada a callar.
Las palabras de Francisco, aun pudiendo parecer una redundancia, no lo son. La Iglesia católica no se ha distinguido históricamente por levantar su voz contra la mafia. La recordada intervención de Juan Pablo II en Agrigento (Sicilia) en 1993 —“mafiosos, conviértanse, un día llegará el juicio de Dios”— fue una pedrada en un lago quieto. Ni antes ni después la jerarquía vaticana supo acompañar a los curas de pueblo que en Nápoles, en Sicilia o en Calabria rompieron el silencio contra la Camorra, la Cosa Nostra o la ‘Ndrangheta y, en algunos casos, pagaron con su vida el atrevimiento. La intervención de Bergoglio durante la misa que cerró su visita a Cassano allo Jonio —el pueblo de 17.000 habitantes, provincia de Cosenza, donde fue asesinado Cocò— viene a confirmar su postura radical contra la mafia que ya apuntó el pasado el 21 de marzo en Roma.
Aquel día, Francisco se convirtió en el primer Papa en acudir a la ceremonia anual en memoria de las más de 1.500 víctimas de la mafia. Jorge Mario Bergoglio entró en la iglesia de san Gregorio VII de la mano de Luigi Ciotti, un cura famoso en Italia por su vieja lucha contra el crimen organizado, y tras escuchar los nombres de las víctimas inocentes se dirigió a sus verdugos: “El poder, el dinero que tenéis ahora, las ganancias de tantos negocios sucios, de tantos crímenes mafiosos, el dinero ensangrentado no podréis llevarlo a la otra vida. Os lo pido de rodillas, convertíos”.
A veces, como un mal menor. Otras, como un poderoso aliado. A nadie se le escapa ya la infiltración de personajes de la mafia —y de la política mafiosa— en el banco del Vaticano o el hecho, llamémosle pintoresco, de que el chófer que condujo el vehículo de Karol Wojtyla en su primera visita oficial a Sicilia, el año 1982, se llamaba Angelo Siino y pertenecía a la Cosa Nostra. La sombra de esa intersección de intereses también parece estar detrás de la desaparición jamás aclarada de la niña Emanuela Orlandi en 1983.
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