El músico almeriense se reúne con los suyos para su actuación en la Bienal de Flamenco Sevilla 19 SEP 2014 - 13:02 CEST
Tomatito (1958) viene a Sevilla con "un variadito". Y dentro de ese variadito, que se mostrará esta noche en el Patio de la Montería del Alcázar sevillano, sabemos que habrá algunas músicas dedicadas al gran Paco de Lucía y otras de sus trabajos con el pianista Michel Camilo, pero lo que sí conocemos es que lo que quiere Tomatito que sea, será. Y su deseo es ofrecerle a Sevilla una noche en familia como las que él tiene de vez en cuando al amparo del cielo estrellado de Aguadulce (Almería).
Fuente y caudal lleva por sobrenombre esta Bienal de Sevilla, encomendada a la memoria del mayor guitarrista de todos los tiempos, el gran Paco. Y quizá nadie más idóneo para rendirle tributo que Tomatito, que aprendió de sus manos el arte de convertir la guitarra en un instrumento de culto. "Todos los días que toco y que estudio me acuerdo de él, él me ha enseñado a tocar y es un referente para la eternidad", dice José Fernández Torres, aquel al que su dinastía bautizó como Tomatito, y así se quedó.
Para ello se trae al Alcázar, donde anoche estuvo Marina Heredia, a los más jóvenes de su familia. "Lo que quiero es que cojan confianza conmigo, que la música, al fin y al cabo, es universal. Les digo que hay que tenerle respeto, que hay que currárselo, pero nunca tenerle miedo. Si tú disfrutas, el público disfruta", confiesa el guitarrista que recibió de Camarón las llaves que abren todas las puertas del duende.
Estar en Sevilla no es cualquier cosa, incluso para alguien que ha recorrido tantos caminos como él. "Sevilla es una ciudad flamenca, Sevilla es Sevilla, alegría y un público familiarizado desde siempre con el flamenco. Yo vengo de tocarle a Camarón y ahora soy un tío moderno: quien le guste lo que hago, que venga a verme. Pero llevo toda la vida con la guitarra y me lo he trabajado mucho", dice el almeriense.
Si algo quiere dejarle claro a este elenco tan familiar que le acompaña es que el flamenco no regala nada, ni basta un apellido o una buena compañía para saltar a los escenarios. Esto requiere trabajo, sacrificio, estudio y seriedad. "Me da rabia la gente que dice que ser flamenco es un don y ya está. A ese don hay que sacarle partido, y por eso valoro mucho el trabajo y el esfuerzo. Un cantaor puede arrancarse, pero antes ha tenido que estudiar para conocer la tradición y lo que hicieron los que vinieron antes que él", comenta.
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