Su madre, que lo vio enclenque y llorón, lo acogió con un amor desmesurado y excluyente. Las
paredes de la casa de la calle María escondieron el secreto de ese padre
brutal que llamaba "Paquita" y "marica" a su hijo a causa de su voz
atiplada, consecuencia de una sinusitis crónica, que maltrataba a su
mujer embarazada y que incluso llegó a romperle el brazo a su hijo mayor
al encontrarlo masturbándose.
Paquito "era un niño triste", "siempre fue un niño viejo", e incluso
la propia hija reconoció años más tarde que "no recordaba su infancia
con cariño".
A los seis años fue al puerto a recibir a los repatriados de la guerra de Cuba,
250 familias se habían quedado huérfanas y Ferrol se llenó del ruido de
las patas de palo de los lisiados. A los 14 ingresó en la Academia de
Infantería de Toledo.
A este primer viaje fuera de Galicia lo acompañó su padre, que se
quedó en Madrid a vivir con su amante abandonando madre, hijos y hogar. El odio al padre, el amor sin límites por su madre, a la que por las noches suplicaba "cásate conmigo", y el desastre de Cuba, marcaron a "Paquito" para siempre.
La luz de África lo embrujó -"Yo no puedo explicarme a mí mismo sin África", repetía en ocasiones-. Fue el cadete más joven de la Academia,
el teniente más joven del Ejército, (¡general a los 33 años, como
Napoleón!). Militar modélico, la atroz guerra africana lo deshumanizó y
dejó de tener respeto a la vida, empezando por la suya propia.
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