domingo, 10 de noviembre de 2013

Cuando nació, su padre, el iracundo y alcoholizado Nicolás Franco Salgado, estaba en una casa de putas.

Paquito "era un niño triste", "siempre fue un niño viejo", e incluso la propia hija reconoció años más tarde que "no recordaba su infancia con cariño".
A los seis años fue al puerto a recibir a los repatriados de la guerra de Cuba, 250 familias se habían quedado huérfanas y Ferrol se llenó del ruido de las patas de palo de los lisiados. A los 14 ingresó en la Academia de Infantería de Toledo.
A este primer viaje fuera de Galicia lo acompañó su padre, que se quedó en Madrid a vivir con su amante abandonando madre, hijos y hogar. El odio al padre, el amor sin límites por su madre, a la que por las noches suplicaba "cásate conmigo", y el desastre de Cuba, marcaron a "Paquito" para siempre.
La luz de África lo embrujó -"Yo no puedo explicarme a mí mismo sin África", repetía en ocasiones-. Fue el cadete más joven de la Academia, el teniente más joven del Ejército, (¡general a los 33 años, como Napoleón!). Militar modélico, la atroz guerra africana lo deshumanizó y dejó de tener respeto a la vida, empezando por la suya propia.
Sus hombres explicaban que Franco parecía inmune a las balas, iba siempre en primera fila, entraba a la bayoneta si era necesario con las manos tintas en sangre y se negaba a recoger a los heridos para no perder el tiempo. Con terror supersticioso decían "Franquito tiene baraka".
La Legión, que organizó junto al Glorioso Mutilado Millán Astray, estaba formada por la escoria de la sociedad, a los que Franco permitía todas las bestialidades. Cuando fue a visitarle su antiguo compañero de Academia, Vicente Guarner, entró un sargento a comunicar que habían detenido a dos legionarios por una falta menor. "¡Que los fusilen!", dijo tranquilamente Franquito. Se giró con fiereza hacia Guarne y espetó: "Y tú cállate, ¡no sabes qué clase de hombres son!"
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Franco, enamorado de las  casa de putas. Su madre, que lo vio enclenque y llorón, lo acogió con un amor desmesurado y excluyente. Las paredes de la casa de la calle María escondieron el secreto de ese padre brutal que llamaba "Paquita" y "marica" a su hijo a causa de su voz atiplada, consecuencia de una sinusitis crónica, que maltrataba a su mujer embarazada y que incluso llegó a romperle el brazo a su hijo mayor al encontrarlo masturbándose.

























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