Una adolescente que afronta una deportación se viene abajo cuando la canciller le explica que Alemania expulsará a refugiados Berlín 16 JUL 2015 - 18:14 CEST
A cada canciller alemán le corresponde un conflicto que marcará su papel en la historia. Helmut Kohl dirigió la reunificación del país; Gerhard Schröder se enfrentó a la reforma del Estado del bienestar. A Angela Merkel
A Angela Merkel no le gusta andarse por las ramas. Tres días después de obligar a los griegos a elegir entre aprobar duras reformas o abandonar el euro, la canciller explicó a una joven palestina la política del Gobierno alemán con toda crudeza. “Tú eres una chica muy simpática. Pero sabes que en Líbano hay miles y miles de refugiados palestinos. Y que si les dijéramos a todos que pueden venir.. y también a los africanos… No podemos hacerlo. Algunos van a tener que volver a su país”, respondía a la chica que en un perfecto alemán le acababa de explicar que tan solo quería cumplir su sueño de seguir estudiando y vivir como cualquiera de sus compañeros de clase.
La escena ocurrió el miércoles en Rostock, en el este del país, en lo que estaba previsto que fuera tan solo un encuentro más de la serie de diálogos con ciudadanos que ha organizado el Gobierno alemán. Pero de repente ocurrió algo imprevisto. La chica empieza a llorar. Merkel se acerca y le dice que no se preocupe, que ha hablado muy bien. El moderador le explica a la canciller que no llora por eso, sino porque se enfrenta a una situación muy complicada. “Ya sé que es una situación muy complicada”, responde ella visiblemente enfadada. “Pero a pesar de todo quiero acariciarla”, añade.
Desde entonces, el hashtag #merkelstreichelt (Merkel acaricia) es trending topicen Twitter. Los memes de la líder alemana acariciando a amigos tan cercanos como el griego Alexis Tsipras se multiplican. Un periodista ha acusado al servicio de prensa de la cancillería de haber eliminado de la nota de prensa sobre el acto una frase en la que se aseguraba que la joven palestina había llorado presa de la excitación. Y, a fin de cuentas, queda la impresión de que Merkel puede ser la mujer más poderosa de Europa y una maestra en el arte de la supervivencia política, pero que la empatía no es uno de sus fuertes.
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