Barack Obama y el rey Abdalá durante la visita del presidente de EE UU en 2009.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, llega hoy a Arabia Saudí para una ardua visita oficial, en un clima muy distinto de la que hizo en 2009. Las sonrisas que acompañan estas citas difícilmente pueden eclipsar el malestar saudí con las políticas americanas en la zona. Una preocupación supera, y alienta, a todas las demás: el reciente acercamiento de Washington Irán, el vecino con el que el reino compite por la influencia. A pesar de los esfuerzos de la diplomacia estadounidense por disipar los recelos de su aliado, resulta improbable que la cumbre produzca cambios significativos. El cambio geopolítico que ha significado la apertura este año de conversaciones nucleares con Irán ha sido la gota que ha colmado el vaso de Arabia Saudí. Durante la pasada década, la familia gobernante ha visto alarmada como la intervención de Estados Unidos en Irak abría las puertas a la influencia de Teherán en su vecino del Norte, la pasividad con que Washington dejó caer a Mubarak, la inestabilidad que ha seguido a las revueltas árabes y, sobre todo, la falta de entusiasmo occidental para desalojar a Bachar al Asad del trono de Damasco.Que EE UU haya empezado a hablar de levantar las sanciones y reintegrar a la República Islámica en el concierto internacional constituye la última traición de un aliado con el que creían compartir intereses. De hecho, en los últimos tiempos Riad no ha escondido su indignación, e incluso alentado como respuesta una peligrosa política sectaria en la región.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, llega hoy a Arabia Saudí para una ardua visita oficial, en un clima muy distinto de la que hizo en 2009. Las sonrisas que acompañan estas citas difícilmente pueden eclipsar el malestar saudí con las políticas americanas en la zona. Una preocupación supera, y alienta, a todas las demás: el reciente acercamiento de Washington Irán, el vecino con el que el reino compite por la influencia. A pesar de los esfuerzos de la diplomacia estadounidense por disipar los recelos de su aliado, resulta improbable que la cumbre produzca cambios significativos. El cambio geopolítico que ha significado la apertura este año de conversaciones nucleares con Irán ha sido la gota que ha colmado el vaso de Arabia Saudí. Durante la pasada década, la familia gobernante ha visto alarmada como la intervención de Estados Unidos en Irak abría las puertas a la influencia de Teherán en su vecino del Norte, la pasividad con que Washington dejó caer a Mubarak, la inestabilidad que ha seguido a las revueltas árabes y, sobre todo, la falta de entusiasmo occidental para desalojar a Bachar al Asad del trono de Damasco.Que EE UU haya empezado a hablar de levantar las sanciones y reintegrar a la República Islámica en el concierto internacional constituye la última traición de un aliado con el que creían compartir intereses. De hecho, en los últimos tiempos Riad no ha escondido su indignación, e incluso alentado como respuesta una peligrosa política sectaria en la región.
“Consideramos que muchas de las políticas de Occidente tanto en Irán como en Siria ponen en peligro la estabilidad y la seguridad de Oriente Próximo”, escribía el príncipe Mohamed Bin Nawaf Bin Abdulaziz al Saud, el embajador saudí en Londres, en un artículo publicado a finales del año pasado en The New York Times y significativamente titulado Arabia Saudí irá por su cuenta. “Las conversaciones con Irán pueden diluir la determinación occidental de lidiar con ambos Gobiernos”, afirmaba. El rey Abdalá de Arabia Saudí
Se trata de un inusual ejercicio de franqueza para un país que siempre ha preferido la discreción y lavar los trapos sucios en privado. Pero no ha sido el único. Los príncipes Bandar Bin Sultan, Turki al Faisal y Alwaleed Bin Talal también han criticado duramente la actitud de Washington en la zona. Al margen de sus cargos políticos (Bandar es el jefe de los servicios secretos, pero ni Turki, que le precedió en ese puesto, ni Alwaleed tienen posiciones en el Gobierno), se trata de sobrinos del rey Abdalá, por lo que resulta muy improbable que sus declaraciones se hicieran sin aprobación previa del círculo de decisión de la corte.
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